Si miro en profundidad las causas, en calidad de médico de Medicina
de Sistemas, puedo decir que existen dos tipos de fábricas de violencia
institucionalizadas, y una tercera forma que es una suerte de alternativa
marginal.
El primer tipo de fábrica oficial es la “sombra” familiar.
El segundo tipo es su prolongación colectiva, que es la sombra de las “cárceles”
virtuales, funcionales y físicas de una sociedad. El tercer tipo es la sombra que
es cultivada por quienes escaparon de la segunda.
Aclaro que si bien la
familia es la primera fábrica de la violencia, también es la institución de
referencia para aprender a evitarla. No vamos a condenar la familia, sino rescatarla
hacia familias más sanas.
Ante todo hace falta definir lo que entiendo como concepto
de sombra: Es en mi definición el ensamble de elementos que no queremos o no
pudimos ver hasta el momento del aquí y ahora. La sombra personal es lo que se esconde
detrás del Ego y que fomenta su existencia, la sombra familiar es lo que no se
dice, (tabúes) lo que se impone sin razón, (autoritarismo, mandatos) y lo que
se dice pero con falsa información con el objetivo de manipular (mentiras,
seducciones, desvalorizaciones). La sombra social es de misma naturaleza como
la familiar, pero con su mayor parte implementada en instituciones: Se
encuentra implementada en las instituciones
carcelarias, pero también en toda forma de institución desorganizada que
produce demoras e injusticias o que evita e impide la interacción del diálogo,
o que desarma la consciencia de prioridad hacia el bien sistémico bajo
apariencias contrarias.
La sombra social puede encontrarse en sistemas
judiciales, políticos, de educación hasta universitarios, también en sistemas
médicos o industriales: Toda estructura puede prestarse como acumulador de
sombra, o como fábrica de soluciones.
La sombra se diferencia entonces de la inconsciencia y de la
subconsciencia por el hecho que se le suma el aspecto de nuestro libre
albedrío. Somos inconscientes de muchas cosas ¡por el simple hecho que no
queremos abrir los ojos! Es así que numerosos aspectos de nuestra vida se han
vuelto partes de nuestra sombra: Cada barrera nuestra y cada desidia termina
opacando algo. (En sinergia con nuestra “zona de comodidad”).
Lo que vemos en la violencia es su síntoma
reactivo: Los ladrones, los golpes, los gritos... pero un síntoma no es una
causa, y no se resuelve cerrando los ojos, o con un encarcelamiento, una ley o un aumento de rigidez, sino con
la resolución creativa de los temas de nuestra sombra.
La primera fábrica
La sombra familiar es la primera fábrica de violencia. En
ella aprendemos a mentir, a tener una doble vida, como por ejemplo el mundo de
las apariencias hacia afuera y lo que decimos “entre nosotros”. En ella,
aprendemos a dilatar la fecha en la que resolveremos los temas de fondo, o a
proyectar en el otro lo que deberíamos resolver en uno mismo: La ira de la
madre insatisfecha se proyecta en alguna “falencia” de su marido, y los hijos
aprenden a odiar a su padre. Lentamente. Como una tortura china: Gota por gota.
O al revés: La impotencia del hombre frustrado se proyecta en supuestas
falencias de su mujer, de su empleada o de sus hijos, y se traduce en amenazas
o en alguna forma de maltratos. ¡Es lamentablemente la escuela que tienen
muchos hijos! No creo que haya malos hijos, pero sí sé que hay malas fábricas,
capaces de (de-)formar sus hijos en poco tiempo, transformándolos en delincuentes.
La delincuencia tiene una escala enorme, desde el “dile que no estoy aquí” (sustracción
de información legítima por mentira encubierta con el aprendizaje de complicidad
dudosa) hasta el robo a mano armado (sustracción de bienes ajenos en forma
encubierta y con abuso de apariencias de poder por la tenencia de un arma), no se
trata de un juicio de valores, sino de comprender un principio general, de un
fondo referencial que estamos dando a nuestros hijos, para que podamos analizar
las patologías que estamos enseñando desde el no-procesamiento de nuestra
sombra.
La segunda fábrica
Los hijos crecidos no son necesariamente grandes, ni
adultos. Y como manejan ellos su vida, también manejan sus instituciones. He
visto niños crecidos en los puestos de mayor responsabilidad de todas las
instituciones que encontré en mi vida, y también por suerte algunos adultos,
pero no son la regla. Así como un niño intenta esconder lo que rompió para
evitar la ira de su padre, los niños crecidos intentan eliminar los síntomas de
la violencia bajo el sello del olvido, de las cárceles, de la demora y de leyes
rígidas. Quienes sufren las consecuencias de la represión, ya sea “con razón”
(por ej. Por haber robado) o sin razón (Por haber sido considerado como un
delincuente) tendrán la misma reacción automática: Un aumento de odio hacia la
colectividad. Es un síntoma de putrefacción del vínculo dinámico individual
hacia el organismo social. Esta persona está empezando perder la consciencia de
lo prioritario que es construir en base al diálogo y la confianza, y su vínculo de
solidaridad con el bien colectivo se rompe, su posición se transforma paso por
paso en una situación de supervivencia individual, su simpaticotonía (estrés y
reactividad) aumenta. Esa segunda fábrica es tan poderosa y estúpida que
termina contaminando su propio sistema con elementos que la autodestruyen y la
vuelven fea. Basta generalmente una sola mirada atenta, para ver si una
institución parece bien manejada o no.
Algunos ejemplos hablan por sí mismo: En las cárceles se
cultiva el odio, y se enseñan los códigos de la marginalización. En ellas ponemos
las personas en posición o funcionamiento de supervivencia, como si la vida
fuese una situación de emergencia constante. Le falta meramente el factor de la
confianza. Trabajé como médico en una cárcel: Lo único comunitario que veo que sale
de una cárcel convencional es la “solidaridad de pandillas”, y su justicia es
un ensamble de leyes que representan lo que llamo la “justicia inversa” (“lex adversa”
para los académicos que aman sentirse un poco distintos). No habrá escapado a
tu observación que en la mayoría de las escuelas se cultiva también cada vez
más el odio y el desprecio. Quienes se han divorciado saben cuánto odio e
injusticia fue fomentado por la inflexibilidad y las demoras de algunas
instituciones judiciales, y por el hecho que el querellante recibe generalmente
más atención y tiene más peso en la balanza que el conciliador. Y quienes
intentaron abrir una ONG de manera totalmente legal y transparente habrán visto
cuanta humillación y desesperación tuvieron que aguantar para lograrlo sin
protesta, si lo hicieron en un país enfermo. Los excesos de controles no son reemplazos
para la confianza que surge de una transparencia bien implementada, sino que
son fábricas de desconfianza mutua en la sombra de uno, que contamina
progresivamente a otro.
La tercera fábrica
Quienes escaparon a la segunda fábrica y todavía no
perdieron el ánimo para sobrevivir, se unen en la justicia inversa, y forman un
grupo unido para conseguir algo distinto, sino mejor: Al menos se espera que lo
deseado sea “menos mal”. Las organizaciones terroristas son el ejemplo más
polarizado y temible de las escuelas del tercer grado: No-oficiales, pero pareciera
que fueran mucho más eficientes, ya que son privadas, y por eso con menos
trabas internas. La triste eficiencia termina con la explosión de
organizaciones obligadas a vivir en los rincones de la sombra de la segunda
escuela, y que aprovecha su debilidad, espejada a lo largo de todo el sistema
social, en el desempleo, en la desorganización, en la falta de transparencia etc.,
para multiplicarse con rapidez como un virus en un organismo debilitado.
La tercera fábrica no solo produce “malandrines”, sino que
produce grupos marginalizados en general, y sé que muchos de ellos son personas
absolutamente maravillosas, en búsqueda de una cohesión social, pero
damnificadas por estar puestas en la sombra del sistema de la segunda fábrica.
Por ejemplo los grupos alternativos, los llamados “disidentes”, los gais, las
tribus urbanas, etc. Entre sí consiguen una cierta unión, pero se observa que
pueden crecer animosidades extremas entre los (sub-) grupos, como las que vi de
un grupo de vegetarianos hacia un político, o entre jóvenes de tribus urbanas
distintas, o desde un grupo activista en contra de un señor gay.
Conclusión
Los rincones que no queremos ni ver ni limpiar en un
edificio atraen las cucarachas, mientras los rincones que no solo son limpios, sino
pintados, decorados y bien terminados con amor, atraen a los amantes de lo
bello, inspiran a juegos, a los
fotógrafos o los poetas. Es una ley de atracción básica. Es todavía tiempo para
determinar si queremos cucarachas o poesía en nuestras vidas, y cambiar nuestros
paradigmas de manera que sean acordes a lo que decidimos.
Todos hemos
cursado unos años en alguna de estas fábricas, obligadamente. Por cierto,
muchas partes nuestras han sobrevivido al tratamiento recibido con valentía, y
se han quedado genuinas. Es nuestra tarea recuperar la genuinidad de la
incondicionalidad para reconsiderar las enseñanzas y las prioridades de nuestro
destino social. Somos seres de luz, hechos para crear prosperidad, y ninguna
prosperidad crece sola, ni tendría sentido estando aislada.
La tercera fábrica es una consecuencia directa de nuestra
propia sombra: Ella espeja lo que no supimos reconocer y transformar, ni en la
primera fábrica, ni tampoco en la segunda. Eso nos lleva a comprender algo
aparentemente inverosímil: que como lo enseña el Hooponopono, la gente “mala”
es nada más que el espejo de la suma de la sombra de cada uno: Tus sombras, mis
sombras... etc. Así que la responsabilidad de la desgracia social es absolutamente
nuestra: Hemos entrado en el tercer milenio para aprender lo que veinte o hasta
quizás cincuenta mil años previos (según algunos autores) no fueron capaces de
enseñar al hombre desde la supuesta autodestrucción de la Atlantis. Si bien
tengo dudas que la “humanidad” aprenda esta vez (¿por qué debería ser “esta
vez”, si no lo hizo antes?), tengo fe que partes de nuestra sociedad actual
estarán altamente despiertas y consecuentes, volviéndose las semillas de una
siembra de referencia para nuestros hijos. Los seres que se destinan a formar
una suerte de “vínculo multimolecular” en la reconstrucción de un tejido social
referente son como las celdillas de los panales de cera de las abejas: Ellas permiten
sostener los elementos desestructurados y proteger la maduración de los valores.
La fracción de la humanidad que ha perdido sus referencias de valor de la vida
se tomará el tiempo que necesite para reconocerlas. No desesperemos: hay probablemente
más de veinte mil años hacia adelante para lograrlo. ¿Quizás con máscaras de gas
y trajes solares? Pero finalmente sabemos que sin consecuencias no hay escuela.
Jean Niklaus, médico, Pres. de la Fundación Medicina de Sistemas
www.medicinadesistemas.blogspot.com
Todos derechos registrados en el registro de la propiedad intelectual.
Se puede publicar en la web bajo indicación legible de su proveniencia.
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