He vivido más de 30 años cuidando a personas y a empresas como profesional médico general, ambiental y psiquiatra, más allá de los
años en los que cuide a familiares, y hay algo que me llama la atención:
Siempre veo personas que saben exactamente lo que deberían hacer para
reconectarse con su "sí mismo" y empezar una vida sana pero que NO LO HACEN! Y esto sucede
por miedo de encontrar rechazo de su entorno o sentir alguna reacción
fisiológica en su cuerpo como las que viven las personas en carencia de cigarillo, alcohol u otras substancias adictivas, por su similitud a los procesos fisicos en las que se encuentran en situaciones de estres por rechazo. Hablamos de personas en un cuerpo
de adulto, relleno de miedos infantiles.
Para el niño, el rechazo es peor que la muerte. De hecho no le teme tanto si la enfrenta JUNTO a sus padres. Este fenómeno se conoce desde la historia de tragedias, la oncología infantil y en relatos de guerra. “Morir juntos” ya sea en familia o como grupo solidario es por así decirlo mucho menos temible que tener que aceptar la temida separación definitiva que impone la muerte.
La sumatoria secuencial de situaciones como ausencia de
padres y rechazos simboliza para un niño “la muerte” más
“sufrir un profundo corte referencial”, más “no estar visto” o “no ser importante ante los ojos
de alguien”
En este sentido el rechazo es el “símbolo de la muerte
elevado al cuadrado” para el niño, y para quienes hayan experimentado su
presencia potencial en la infancia le temerán toda su vida más
que cualquier otra cosa, con las consecuencias que lo llevarán a grandes
sufrimientos, excepto si encuentra una manera de transformar estos recuerdos
fatales de la mano de alguien que los asista para acompañarlos a experimentar a
lo que yo llamo en la Centroonía un nuevo posicionamiento adulto.
La ausencia de momentos de soledad en la infancia es
también dañina en el sentido que esta situación espeja generalmente miedos de
los padres, y que los niños se están imaginando la situación de soledad con
imágenes exageradamente trágicas que corresponden de modo leal a esos miedos de los padres.
Quien ha vivido en la temprana infancia que la ausencia de compañía no es
morir, por ejemplo durmiendo solo en su cuarto, teniendo que estar una hora
tranquilo solo u otras situaciones sin exceso de impulsos externos y sin asociarlas con el rechazo tendrá más
seguridad interior en su crecimiento y su desarrollo social y emocional.
Lo traumático del rechazo puede surgir simplemente por una
frase dicha por un adulto al cuidado del niño sin medir sus consecuencias, y a veces
como jugando. Por ejemplo: -“Tu mamá no te quiere, ahora soy yo la que te cuida
para siempre. Se fue y te abandonó”-. –“Tienes un “chisito/pitito” ridículo”,
etc. También ocurre por una sucesión larga de vivencias de rechazos, verbales o
no verbales: por ejemplo: - “cuidan más al bebe que a mi”- o – “mis padres
cuentan siempre a las visitas que no soy como los demás”- y –“dicen que
hubieran debido abortar para no tener que lidiar con mi enfermedad”- etc.
Las consecuencias? Primero asociamos erróneamente el
rechazo con la soledad, aunque ambos no tienen nada que ver. La soledad
es un estado de contacto con la inmensidad de nuestra libertad y de nuestra
creatividad individual, un gozo maravilloso para la definición del
crecimiento personal si no la miramos desde los ojos del abandonado.
Segundo, para evitar "estar solos" nos casamos con
cualquier pretendiente potencial, o convivimos con las personas equivocadas, o
deseamos tener muchos hijos sin realmente querer dedicarnos a la educación de ellos,
ya que posicionalmente todavía nos sentimos en la situación de niños heridos. También podemos enamorarnos de quienes
parecen dependientes (de nosotros, de drogas, de alcohol, de lugares, de contratos de matrimonio) para
sentir una forma de atadura segura a la que podemos agarrarnos...
Pensamos que “atarnos a una persona” como camino de vida luce interesante
para asegurarnos su dependencia. Si bien no es una regla general, vale la
pena analizar nuestra propia historia para descubrir lo toxico que nos vincula
desde nosotros con los demás.
Exploraciones psiquiátricas de personas que han intentado
suicidarse llevan casi siempre a la problemática del rechazo o la no-inclusión como principal
causa de su motivación: Ellos no pudieron soportar el rechazo familiar, escolar, laboral, vecinal
repetidas veces, o la ilusión del mismo. Generalmente se encuentra además un rechazo de
algo propio, como si fuese un componente “solidario” y lógico para ostentar el
dolor del rechazo sufrido (p.ejem: “no me fotografíes, soy horrible”, “yo me voy a
operar, pero aun así no será suficiente para que (yo) me vea linda”). Este
torbellino de rechazos lleva al rechazo hacia la percepción de una “vida rechazadora”, que es una
vivencia virtual, contra natura, ya que "la vida" se refiere a la fertilidad
de la inclusión como principio fundamental. Rechazar la vida lleva simultáneamente
a la idealización de un “mundo después de la muerte”, sin darle importancia a que podría ser
una fatal ilusión pensar que por alguna razón el hecho de destruir nuestro
cuerpo físico solucionaría de manera mágica los temas pendientes al rechazo: Es como si hubiera que encontrar sí o sí al culpable, fuera de nosotros. Muchas veces se hace alusión a la satisfacción de "castigar al culpable" por el sacrificio de la propia vida: "si me muero se dará cuenta de quien era yo y sabrán que me fui por su culpa".
En el fondo sabemos lo absurdo que es darle tanta
importancia al rechazo ajeno, y a la necesidad de conseguir en vano y
repetitivamente una ilusión de compensación para ello... Hasta sacrificar
nuestro tiempo de vida en asignarle obsesivamente la mayor prioridad, sabiendo
perfectamente que es una ilusión! Lo sabemos en la mente, y mientras tanto
nos descuidamos el ser benevolente hacia nosotros mismos, como si “amarnos a
nosotros mismos” fuera una cosa imposible, ya que preferimos quedarnos en el
reproche de que “alguna vez (en la infancia) fuimos rechazados de manera
irreparable” como para justificar nuestra indiferencia hacia nosotros mismos y
justificar nuestra ira hacia los supuestos causantes de
nuestro dolor (pasados y presentes). De hecho lo proyectamos cómodamente en los padres en la mayoría
de los casos, y seguimos proyectando en nuestra pareja, o en “aquel extraño que
nos está mirando despectivamente” en la calle, o quizás en algun jefe que no
acepta nuestro modo de trabajo o en alguien que por alguna razón no desea
iniciar una relación intima con nosotros.
La energía de la ira es inseparable de la situación de
rechazo, siendo el terreno nativo de la violencia e injusticia.
Tanta violencia para evitar la sensación de rechazo... Tantas peleas machistas por alguna idea de provocación o de "Honor"... (el concepto de "honor" en su uso urbano es nada más que la fachada aparentemente noble del miedo al rechazo tribal)
He tenido recientemente contacto con personas que tienen un
estado de cáncer grave y que saben exactamente cuales son sus tareas para liberarse
de paquetes de cargas que aguantan inútil- y peligrosamente en su camino,
impidiendoles así procesos de profunda sanación personal y familiar, pero
prefieren “demorar indefinidamente” el momento de la confrontación, de algún
perdón, de algún “NO” bien determinado para poner límites a abusos familiares.
He acompañado a personas que hasta los últimos minutos de su vida han decidido
odiar por miedo a que su posible propuesta de perdón pudiera estar rechazada. También vi a personas que por no decir “NO” a una madre
abusiva prefirieron responder sin discriminación a todas las expectativas puestas en ellas como si fuesen dormidas en vida: Expectativas de cuidados a pesar de maltratos hacia ellas, exigencias de
atención, evitar reproches, pensar “por el otro”, responder a 5-20 teléfonos
por día para escuchar cosas sin importancia, etc. Todo en el supuesto "nombre del amor". Muchos viven hasta su último
día sin haber logrado experimentar nunca la satisfacción de vivir íntegramente
su propia vida, viviendo como prisioneros de un mandato que saben que es
absurdo, expectantes a que llegue “un buen día” la liberación de manera mágica
pero sin querer pensar en las consecuencias del cambio, por asociarlas con
algún rechazo y/o abandono de su niñez. Por ejemplo la ambigüedad de querer
liberarse de la influencias de padres abusivos, pero no querer distanciarse de
ellos, o la de tener el deseo de liberarse del cuidado agotador de un mal de
Alzheimer, con el deseo que ellos vivan para siempre... Entonces esperan
ilusoriamente en situaciones bloqueadas sin reposicionarse frente a esta
realidad.
Crecer se aprende, es una vivencia. Sabemos que no se puede aprender
en la mente, solo leyendo libros o imaginándonos muy ocupados y muy importantes
en el jugar a ser adultos: Cuantas veces ocurre que nos tomamos en serio este
rol, siendo arrogantes, ostentando, simulando, con posturas y actitudes
imitadas de adultos?
Como aprender entonces a crecer?
Este tema hay que trabajarlo juntos, y es el primer objetivo
de la Fundación Medicina de Sistemas. Nuestros seminarios apuntan al
crecimiento personal, a la liberación de estas ataduras hacia los traumatismos
del pasado, para que vivamos un presente con valores en nuestras relaciones, en
nuestros pensamientos, en nuestros sentimientos, como también en nuestro
entorno físico. Quien está bien en su posición interior puede dedicarse a la
sanación, puede gozar de cada momento, y no hay excepción o excusa tampoco para
quienes están en un cuerpo gravemente enfermo, pues la calidad de vida es algo
más allá de la realidad física.
Súmate a nuestra tarea! La Medicina de Sistemas es una gran
familia con códigos diferentes! Deseamos que tus dudas sean satisfechas en nuestras
publicaciones.
Jean Niklaus, médico, pres. de la Fundación Medicina de Sistemas
www.medicinadesistemas.blogspot.com
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